LA POLITICA

Después de leer en éste, y anteriores blogs, durante casi dos años, las opiniones políticas de mis queridos condiscípulos, me veo obligado a dar una opinión personal sobre la política más allá de los debates y los encontronazos apasionados. A todos nos gusta hablar de política, confrontar nuestros puntos de vista con los de otros, y acaso convencer. Sin embargo la política es, o debiera ser el espacio, para la discusión de cómo defender o promover los intereses colectivos, se supone a partir de un relativo sacrificio de los personales. No tiene mucho sentido que yo extrapole mi puro interés personal a este ámbito y crea que así estoy defendiendo a mi comunidad, mi país y el mundo. Es muy lógico que cada persona defienda lo suyo, lo que le ha costado esfuerzo, es decir su patrimonio. Pero si esa persona piensa que un partido, candidato u opción política conservadora garantiza plenamente su propiedad, su renta , su estilo de vida y su seguridad personal, no tiene mucho sentido que se inmiscuya en la política. Podrá mostrar interés retórico en el país, la humanidad, la libertad, la democracia, los derechos humanos, ect. , pero está claro que está satisfecho con un orden que lo proteja del posible despojo de los suyo. Este es un sentimiento profundamente egoísta, muy humano, y yo no lo critico. Simplemente no lo comparto. Cuando uno se interesa realmente por la política lo mueve un idealismo elemental. No solo defiende lo suyo (que solo un loco no defendería) sino que limita sus intereses, los hace compatibles con el interés social, de la humanidad. No solo me interesa que se elimine el peligro de un régimen comunista que me quite lo mío (incluidas mis libertades) sino el bienestar de los otros. Cuando alguien piensa así, inmediatamente el detractor le espeta: “¿si te interesan tanto los demás o los pobres, porque no te metes la mano al bolsillo y entregas lo tuyo?” No le falta razón al conservador, al conformista, al avaro para mostrar preocupación por el resentido social y el demagogo, pero no todos los que quieren un cambio y una reforma son demagogos y resentidos sociales. Generalizar de esta manera solo es pretender que una convicción muy mezquina se convierta en una verdad. Estamos viejos para avalar conductas personales o políticas de Estado irresponsables. Totalmente de acuerdo. Pero que nuestro conformismo, nuestra avaricia y nuestro miedo a lo nuevo, no nos lleven a etiquetar lo distinto y nuevo, o lo simplemente diferente como subversivo o demagógico. El mundo no va a cambiar a partir de la negación de cualquier posibilidad de cambio. La desconfianza a menudo se torna mala fe y en una barrera que impide que solucionemos los problemas del mundo. Quizá estas palabras parezcan muy grandes, muy grandilocuentes si se les escucha con oídos y alma de bodeguero. La verdad que yo no puedo esperar nada de un bodeguero, con el respeto que siento por una actividad comercial legítima. Alguna vez escribí que “mientras más pequeño es un negocio, más pequeño es el corazón de su propietario”. Pensemos en grande, a pesar de nuestras diferencias políticas.