23 September 2011

El tiempo de las Bim Bam Bum

Interesante cuento recibido del Augusto Monterroso de Murakami. Pertenece a Mirando las musarañas, un libro de relatos suyo.

El aedo afirma que sin dejar de ser ficción tiene referencias autobiográficas (99.99%, Pedreschi dixit). Aquí va:

El tiempo de las Bim Bam Bum
A ratos, frente al espejo, me parecía convincente esa escasa y desordenada pelambre obtenida tras varias semanas de desencuentros con la máquina de afeitar. Me había dejado crecer la barba para verme como un hombre mayor y ensayaba gestos adustos para endurecer la mirada. Mi padre, que al principio quiso ridiculizar mi proyecto de hombre barbado, terminó por desinteresarse del asunto; al parecer esa era la estrategia correcta frente a los caprichos y veleidades de un adolescente. Lo que él ignoraba -o creo que ignoraba- era que la dirección que había dado a mi cambio de apariencia -que incluía la ropa- nada tenía de inocente.

Hacía dos años que yo había perdido la virginidad en uno de esos sórdidos hotelitos que pululaban en las calles aledañas al Mercado Central. Allí, al Chon San (buenos días en cantonés) fui llevado por unos primos mayores e hice mi debut sexual. Fue al final de una tarde, casi al oscurecer. Mis primos, que aún no tenían tampoco mayoría de edad, eran expertos en eludir al guardia civil apostado en una estratégica esquina de la zona para impedir que los colegiales se colaran a los prostíbulos. Aquel vigilaba como un puma todo el territorio, pero nosotros lo vigilábamos a él. Apenas empezaba a moverse hacia la mitad de una cuadra corríamos hacia el hotelito, como pequeños animales hacia un refugio seguro de los depredadores. Ya adentro, nos entendíamos con el chino administrador, que no se hacía muchos problemas por admitir mozalbetes. Eso sí, no nos permitía lo que a los adultos, escoger “la mercadería”. Aquel era un sexo al escape, había que seleccionar de prisa a la mujer con la que íbamos a copular. Visto a la distancia aquello no tiene mayor atractivo, pero entonces, no existía alternativa para un sexo real. La primera vez tuve suerte y en vez de escoger fuí escogido por una mujer joven, que sin ser una beldad, tenía sus encantos. Fue un inicio auspicioso.

Más tarde yo mismo me convertí en un experto en colarme en aquellos hotelitos de mala muerte, y hasta llevé a casi toda mi promoción del colegio a debutar entre sus miserables paredes de quincha humedecida y mujeres marchitas que probablemente no aceptarían grandes y modernos prostíbulos como el recientemente inaugurado El Trocadero. Yo soñaba con El Trocadero, y esperaba que mi barba creciera lo suficiente para intentar traspasar su puerta de ingreso, entonces controlada por un ser mítico: el negro Bomba, un morenazo de quien se afirmaba había sido el que años atrás inició los desordenes del Estadio Nacional que costaron la vida a centenares de personas.

Entretanto hube de dar un salto más en mi carrera de libertino: ingresaba con un amigo mayor a las Bim Bam Bum, los famosos shows de striptiseras.

Los sábados por las noches uno de los cines-teatro más familiares de Breña, el Monumental, se convertía en el foco más temido por la gente de buenas costumbres y moral acrisolada. La cosa empezaba pasadas las siete de la noche y terminaba cerca de las diez. El show, mezcla de desnudistas al borde de la decadencia y boleristas y rumberos fracasados, electrizaba a un auditorio compuesto por maridos aburridos, viejos mañosos, algunas lesbianas y muchachos “pajeros”. Mi amigo, un empleado de mi padre, y yo, ganábamos casi siempre la primera fila. Desde allí podía ver, sin ayuda de binoculares, un strip tease completo.

La asistencia a las Bim Bam Bum duró lo que la estadía de este amigo en el negocio de mi padre. No bien fue despedido por malos manejos en la contabilidad de la empresa, se acabó, como era lógico, la amistad por conveniencia. Me quedó el gusto por las striptiseras.

Como en la juventud lo que sobra es tiempo, yo lo perdía cada sábado en un restaurantito al lado del Monumental. Lo que hacía, además de atragantarme con sánguches, gelatina o leche asada, era esperar que pasara una hora después de iniciada la función para ver si podía colarme. Pero la información que me habían dado era falsa, o excesivamente optimista. Siempre fuí rechazado y mi barba rala, objeto de miradas entre piadosas y cachacientas. Pero no me rendía.

El restaurantito siempre estaba lleno y pronto, además, descubrí que algunas calatistas del Bim Bam Bum se caían por allí. Así, con ropa y maquillaje, y viéndolas de cerca, no estaban tan arruinadas como decía la gente. Eran mujeres mayores, treintonas o cuarentonas que conservaban las formas y eran capaces de movilizar la libido de muchachos como yo. Entonces yo no imaginaba que las susodichas fueran otra cosa que artistas del calateo; pero pronto descubriría que eran prostitutas cuyo disfraz era el strip tease.

El plantel de cada sábado era invariable, pero podía ocurrir que llegara alguna vez una figura nueva. Yo las conocía casi a todas por sus ingenuos apelativos. Por eso una noche de esas, de infructuosa espera para poder ingresar, me fijé en una mujer bastante buenamoza, aunque no joven, con toda la traza de ser del elenco de las Bim Bam Bum,y que nunca había visto. Ella no encontraba mesa y se dio cuenta de que yo estaba solo: me sonrió. Le sonreí y esto fue interpretado correctamente, ya que se sentó frente a mí y me dio las gracias. Yo la miraba de soslayo, pero ella se daba cuenta y podía advertir en su rostro aún fresco un esbozo de sonrisa. Al final pagó su cuenta y muy educadamente volvió a darme las gracias.

Chiquillo y enamoradizo, me llevé la imagen de la mujer con un atrevido escote y un lunar junto a la boca, por una semana a mi casa. Creo que hasta soñé con ella y por eso algo se me atragantó en la garganta de pura emoción, cuando la volví a ver el sábado siguiente. Ahora estaba sentada con unas compañeras de trabajo, pero me reconoció, me sonrío de un modo cómplice y hasta me pareció que algo dijo de mí a sus acompañantes, pues estas volvieron a mirarme y lanzaron una alegre y pícara mirada, de esas que las mujeres mayores y desinhibidas lanzan a los muchachitos que quieren pasarse de listos. A la semana siguiente la fábrica de mi imaginación trabajó varios turnos.

Ya para el siguiente sábado lucía un mejor proyecto de barba. Volvió a repetirse la escena de la sonrisa y además un saludo. Yo contaba los minutos que faltaban para las siete de la noche, hora en que todas ellas se incorporarían de sus asientos para marchar supuestamente a los camerinos del Monumental. Ocurrió lo inesperado: ella se acercó a mi mesa y me preguntó si iba a asistir a la función. No sé porque miré al dueño del cafetín, un nikkei del que me había hecho amigo; éste me guiñó el ojo.

- Me falta poco menos de un año para los veintiuno, dije con mentiroso aplomo.

Deborah me dijo que ella me haría ingresar por la puerta de artistas y gratis. Me levanté del asiento como un zombie y el amigo nikkei me hizo una seña que quería decir que podía pagar luego. Las otras mujeres apuraban a Deborah entre risas.

- Es mi sobrino, le dijo a quien franqueaba la puerta de artistas, una mujer gruesa y ahombrada. Esta se río y me dejó pasar nomás.

Para llegar a los camerinos –los que vi de pasada- había que recorrer un pasaje con olor a creso, cera a granel, orines, perfume barato y entrepiernas. Deborah me condujo hasta una puertita en la penumbra que en realidad era una de las salidas de escape, según pude percatarme después. Busqué un asiento en la oscuridad y lo hallé en las filas últimas.

Acostumbrado a ver el espectáculo desde casi el proscenio, me sentía extraño, pero contento. Cuando anunciaron a Deborah en medio de títulos estrafalarios como la ”Ninfa del Amor” hice lo que algunos: me acerqué al escenario y observé parado el show. Hacía fonomímica con una canción de Nadia Milton, una baladista italo-chilena de moda. Luego las luces se apagaron y se encendió un foco de luz violeta: empezó su número de strip tease. Sin duda era la mejor. Al revés de lo que ocurría con sus compañeras, recibidas con toda clase de adjetivos, algunos besos volados o rechiflas, el cuerpazo de Deborah instalaba el silencio, congelaba la atención.

No recuerdo cuántos sábados se repitió aquello. El amigo nikkei, dueño del restaurante, ya no se burlaba de mí, a pesar de que a menudo compartía la mesa con Deborah y alguna amiga y me enfrascaba con ellas en cortas charlas salpicadas de chistes que provocaban risas un poco vulgares. A veces me ponía a pensar que la presencia de las mujeres y las risas escandalosas no habrían sido permitidas en otro local para evitar perturbar a comensales “decentes”, pero en el restaurante de marras, muy bien puesto por lo demás, los sábados todos los que se sentaban en sus mesas eran habitúes de las Bim Bam Bum. De modo que ese día y a esa hora el local era tomado por los libertinos y si ingresaba una dama y su señorita hija a comerse un budín, se producía casi siempre una situación cómica. Después de un rato las intrusas se preguntaban dónde se habían metido.

No sé en que momento me enamoré de Deborah y me atreví a pedirle que nos viéramos en otro lugar. Fue algo tragicómico. Me dijo, primero, que ella era un poco mayor para mí. En segundo lugar, que debía saber que trabajaba en “El Trocadero”. Si quería verla después, ella con mucho gusto me atendería allí “como yo me lo merecía”. Nunca más en mi vida alguien me volvería a bajar de las nubes como Deborah lo hizo.

Dedique durante un tiempo los sábados a otras cosas, cambié radicalmente mi vida y hasta rondó por mi cabeza la absurda idea de hacerme sacerdote. Mi confusión era total. Pero entonces terminé el colegio y debí empezar a prepararme a todo tren para ingresar a la universidad. Me concentré en un cuartito de la azotea de mi casa con cuestionarios desarrollados y logré obtener una rutina fantástica: estudiaba casi diez horas al día. Ingresé en los primeros puestos a la Universidad Católica.

Olvidé a Deborah pronto, y posé la mirada en las decenas de chicas atractivas que habían ingresado conmigo, entre ellas Sara. Este fue un amor no correspondido que duró un par de semestres, pues se fue a estudiar a los Estados Unidos a un lugar de nombre bastante raro: Kalamazoo.

Pero el tiempo pasó y me acordé de Deborah y de mi siempre acariciado proyecto de visitar El Trocadero. Del cine Fantasía, nuevo local de strip tease, también en Breña, partía un colectivo que lo dejaba a uno en el burdel más moderno que entonces existía. Cuando estuve frente a él me pareció estar en un gigantesco supermercado de mujeres. Era un corredor inmenso en cuya mitad había dos escaleras para un segundo piso que replicaba las galerías de limpios cuartos del primero. Allí estaba la boletería y una rockola donde reinaban Hugo Blanco y su arpa viajera, Javier Solis y sus rancheras y Anamelba con sus boleros desgarradores.

Nunca encontré a Deborah en El Trocadero. Al principio me imaginé que ella se disfrazaría para trabajar allí, que llevaría una peluca negra bajo su falso pelo rubio, o que usaría todos los recursos del maquillaje para desfigurarse. Hubo incluso una ocasión en que la confundí con otra mujer. Pasé mucho tiempo buscándola hasta que me cansé de hacerlo. Dejé también, abruptamente de visitar lenocinios. El sexo fácil, el sexo mercadería de pronto me pareció sucio, no tanto por las posibles infecciones que podía contraer, cuanto por la sordidez que lo rodeaba. Fue una etapa que cerré del modo más normal, para ingresar a otra, donde debía desempeñar el papel de joven licenciado que trabaja en una dependencia del Estado.

Hay sin embargo gente que no cambia ni evoluciona y mi jefe inmediato, el doctor Bardales era, a pesar de su medio siglo de existencia, un putañero vigente. En realidad era un sexópata. Siempre estaba hablando del mismo tema, las mujeres, y siempre caminando al borde del abismo, acosando a compañeras de trabajo.
Me tocó reemplazarlo durante unas vacaciones y en ese tiempo vino a buscarlo un mocoso de unos doce años, un hijo natural. Al parecer el gran Bardales se había olvidado por unos meses de su manutención. Como pensó que lo estaba negando, porque el chico, a pesar de su edad era bastante desenvuelto y hasta malcriado, amenazó con regresar trayendo a su madre. Le respondí que hiciera lo que creyera conveniente.

Su madre era Deborah, ya algo maltratada por los años, pero con una dignidad que me sorprendió. Ambos estuvieron sentados hasta que se cansaron en una salita de recibo del jefe de personal del Ministerio. Yo estuve a punto de cruzar la salita, pero me bastó verla y reconocerla para dar marcha atrás del modo más apresurado y efectivo: nunca me vio.

A su regreso el miserable de Bardales me confesó que no saldría un sol más de sus bolsillos, que ya había sido suficientemente generoso con el hijo de una mujer de la calle.

17 comments:

Moshe said...

Concluyo que, como el tal Bardales, nuestro bardo es, ha sido, y será putañero toda su poética vida.

Carlos Orellana said...

No es así, Guayacol. soy un regenerado. Espero que tú sigas un camino parecido y te apartes de las botellas.

Mario Pablo said...

Magnífico relato el de nuestro COQ, queridos apaches de cine de barrio. Carlos es un maestro en eso de "memoriar" apachurrantes años y pulsiones de adolescente arrecho, no cabe duda que nos representa a cabalidad; quién de chiquillo no ha tenido una diva metida en el cerebro, en mi caso jamás he vuelto a sentir tanto estremecimiento como la vez que en Caretas ví la foto de la inacabable Sofía Loren; gracias COQ por devolvernos esos tiempos

Carlos Orellana said...

De pronto alora el barrio, Mario Pablo, y todo aquello que por alguna razón poderosa se ha vuelto imborrable.

Moshe said...

Aedo, despues de esta catársis autobiográfica, creo que deberías dar detalles de tus aventuras prostibularias en tiempos del Deustua.

En particular, detalles sobre tus escapadas con el compinche AVD, nombre de los burdeles visitados, putas predilectas, etc, etc.

Es un pedido de tus respetuosos compañeros de colegio.

Carlos Orellana said...

Conviene aclarar, mi querido Sudapisco, que salvo las ocasiones en que arre el ganado deustuano hacia el Chon San y viaje a Huaquillas, jamás fui a ningún lupanar con Papy Ricky. Eramos, y somos, temperamentos e idiosincrasias muy disímiles como para hacer collera. Yo al él no podía sino hablarle de futbol y a mi no me gusta el futbol.

Moshe said...

¿Habrá Obama cerrado el zoo de Washington, D.C.? ¿Que pasa que no abren la jaula de nuestro querido Maquisapa?

Carlos Orellana said...

Mas bien pienso que le han cortado el internet al mono sudaca porque ya estaba muy mosca.

Moshe said...

Sospecho que Maquisapa Aldo Galván está en Lima de incógnito recorriendo bares con el Químico Carlitros Valqui.

No hay otra explicación para el misterioso silencio de ambos.

Carlos Orellana said...

¿Por qué crees que recorren bares? Pucha, Cosaco, el mundo es más ancho.

Aldo said...

Tranquilos granujas que la jaula esta abierta,
sucede que estuve en un retiro espiritual, y donde todo lo absorvido se termino de ir a la m... despues de leer la biografia de COQ y sus calentones relatos.

No me cabe la menor duda que el morocho fue tan precoz, que su primera paja fue en la placenta;
el loco Pajares era un beato comparado con el.

Es muy posible que Malone incursiono por Mejico,
en sus pasos previos al Chon San, a la caza de algun calzon sucio o algun condon usado tirado en los alrededores, para llevarlos como trofeo.

El pasaje, donde nos relata sobre Deborah, cuando
se enamora, y cuando ella le confiesa que es una doncella del Troca, cuando la busca y no la encuentra, estoy 100% seguro, que el vate en su afan de encontrarla, pago los servicios en todos los cuartos del prostibulo.

En cuanto a Bardales (mentor del poeta), que joyita a la que se arrimo COQ, por cosas de la vida el cobrizo no termino de caficho, o dueño
de una cadena de chongos.

Moshe said...

Ese Bardales fué el primero de los honorables mentores del Nicanor Parra de Kobayashi. El último, y más reciente, se llama Vladimiro.

Buenos maestros, buen pedigree.

Moshe said...

COQ dice que tambien es adicto al re-tiro.

Aldo said...

Gracias Poeta por compartir esa parte de tu vida puteril, tus tempranas incursiones por los cuartuchos del Chon San, donde cuentan los veteranos, irradiaba un aroma especial, mezcla de sobaco, orin, y hortencio.

COQ con mucha modestia no menciona sus logros, frutos de esas batallas carnales (sobreviviente de media docena de quemadas), lo que le da el rango de capitan o mayor.
Honor al merito !

Para futuros temas del blog, COQ tiene preparado un tomo de tres volumenes, sobre sus sesiones de catre, con todas las "natachas" que desfilaron por Naciones Unidas, su record es impresionante, ninguna se salvo.

enrique eduardo yeren auris said...

cuando chucha podre entrar al blog se me hace muy dificil carajo ponganlo en castellano,.saludos elementos poajizosy el poeta no visitava la salvaje y el botecito?

enrique eduardo yeren auris said...

poeta yo recuerdo al tio que se ponia en la puerta del Troca con una canasta llena de huevos duros y todos compravan para recuperarse segun los polacos que te sacaban.

Moshe said...

Aqui todo esta en castellano, querido Enrique.

?Que problemas tienes al entrar?