18 June 2014

Mis amigos del zoo

Mis amigos del zoo
Por Kiko el Maquisapa

Muchas gracias al administrador de este blog, el ingeniero M.Y.D. Pederewski por permitirme presentar a mis amigos del zoo de Washington, cuando ya alisto maletas para viajar a Lima, Perú, al bonito zoo llamado Parque de las Leyendas.

Quiero que todos conozcan a mis cuatro mejores amigos y por eso voy a presentarlos:

Kitty

Kitty, la avestruz. Esta flaca culona parece una basquetbolista sin pelota que para corriendo de aquí para allá.  Es muy amiga mía, pero es muy descarada y para coqueteándome e insinuándome un tipo de contacto carnal contranatura.  No es mi tipo.  Paso.
 
Ignatius

Ignatius, el hipopótamo.  Este gordo cabrón para todo el día en la piscina haciendo burbujas por abajo y por arriba porque padece de flatulencia como uno que conozco en Lima.  Y es que traga hasta reventar toda clase de verduras en mal estado que le traen los guardianes del zoo.  A veces se raya y no quiere comer hasta que le traigan coles de Bruselas, su verdura favorita.  Dicen las autoridades que felizmente los gases estruendosos de Ignatius se producen de noche y no fastidian a los visitantes.  Claro, cómo ellos no duermen aquí no tienen que taparse los oídos con los camaretazos del gordo.
 
Fred

Fred, el gorila.  Este es un mono decente, su padre vino de Kenya, pero él nació en Norteamérica. Tiene pinta de estibador chinchano, pero es más bueno que el pan y más cojudo que yo.  Quisiera que me acompañe a Lima para que le saque la mierda a ese Bolón que me han dicho que es un degenerado.

Willy

Willy el nono rasta.  Este huevón es mi partner, se pasa de vueltas, con él me la paso vacilando todo el tiempo.  No sé como hace para conseguir marimba en el zoo, pero el pata tiene.  Tiene un abastecedor que se la trae camuflada en bolsitas de maní.

1 comment:

Moshe said...

Que tales patas los de Maquisapa, carajo! Creo que falta Coco en esa lista.

Tras un exhaustivo trabajo de chuponeo a un lujoso apartamento en San Borja, Mossad, eficiente servicio de inteligencia de la patria judía, concluye que la ausencia de COQkenji se debe a una feroz tarjeta roja.

Ocurre que Anace, asidua lectora de Joda Criolla, no ha tolerado el incesante abuso de su veraz esposo hacia el editor de este antro, y ha decidido suspenderlo. Al quetejedi, conocido sacolargo, no le ha quedado más remedio que obedecer a pié juntillas la orden recibida