4 August 2011

Vivaldi

Dedicado a Mario Pablo, admirador de este compositor.

Aunque no soy afecto a la fusión de generos musicales, les recomiendo escuchen a Jacques Loussier, virtuoso pianista francés, quien con su trío legendario, interpreta magistralmente a Bach, Satie, Ravel y Vivaldi en jazz.  Tuve oportunidad de verlo en un concierto en Wellington en su tour mundial de despedida en el 2007.  Extraordinario.

La ejecución clásica de Primavera de Nigel Kennedy, violinista inglés, es una delicia.

Antonio Vivaldi (Venecia, 4 de marzo 1678 - Viena, 28 de julio 1741), fué un compositor y músico del barroco tardío.  Se trata de una de las figuras más relevantes de la historia de la música, cuya maestría se refleja en haber cimentado el género del concierto.

Apodado il prete rosso ("el cura rojo") por ser sacerdote católico y pelirrojo.  Compuso unas 770 obras, entre las cuales se cuentan 477 conciertos y 46 óperas.  Es conocido por la serie de conciertos para violín y orquesta Las cuatro estaciones, parte del ciclo de su opus 8 "Il cimento dell'armonia e dell'inventione",  y que tiene una importancia capital por la ruptura del paradigma del Concerto Solli, establecido por el mismo Vivaldi.  Hasta entonces, el instrumento solista llevaba todo el peso de la melodía y la composición, y el resto de la orquesta se limitaba a ejercer el acompañamiento.

Sin embargo, en Las cuatro estaciones la orquesta no actúa como mero fondo de acompañamiento, sino como un relieve; no se limita a acompañar al solista, sino que ayuda al desarrollo de la obra.  Esto influirá en Händel y Bach, quienes estudiarían asiduamente los conciertos de Vivaldi, y a partir de sus innovaciones Bach perfeccionaría el concepto.  Así se define el concierto para instrumento solista moderno, estableciéndose un equilibrio perfecto entre solista y orquesta.

Las cuatro estaciones representan el Concerto Solli perfecto, a tal grado que influye notablemente en la música de Bach e inexorablemente en Haydn; quien a su vez, al convertirse en maestro de Beethoven, extiende la influencia de Vivaldi a más músicos.

3 August 2011

Receso por vacaciones

En un par de días  me voy de vacaciones con mi mujer por algunas semanas, y me veo forzado a cerrar nuestra chingana Joda Criolla hasta mediados de setiembre.

He intentado contactar a El Criollísimo COQ pidiendole que reabra alguno de sus difuntos blogs (Deustuanos 68 y Elementos Pajizos), pero no contesta.

Me imagino al aedo en un telo en Barranco con una buena ruca, comiendo un lomito saltado, bebiendo una Cristal heladita, mientras escucha valses de los Embajadores Criollos y Polo Campos.  ¿O estará ocupado defendiendo a Martha Chávez?  En uno u otro caso, la chapa le cae como anillo al dedo a este indigno y magnífico ejemplar de la desidia e indolencia criollas.

Si el interés de todos nosotros persiste (somos pocos, pero somos) a mi regreso prometo continuar poniendo tópicos para comentario general.

Como siempre, les pido colaboración con nuevas ideas y temas de discusión (gracias a Mario por su detallado e-mail).

2 August 2011

Compañeros de colegio

Lo recuerdo, yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. 
“Funes el memorioso”  de Jorge Luis Borges.

En muchas oportunidades he intentado recordar a nuestros muchos compañeros de colegio.  No en vano han pasado varias décadas, porque los recuerdos de algunos son elusivos y vagos.  A veces dudo si uno ú otro terminaron quinto conmigo, o salieron antes de concluir secundaria, como el Pato González.

En el salón habian varios grupos claramente definidos: el de los jóvenes (Mario, Víctor, Carlos, Arata, Moreno, Miguel Galván, Juan Bayro, entre otros), y el de los mas tíos (Vitín, De la Cruz, Portal, Vargas, Rodriguez Silvera, Bringas, Cano, Calenzani, Murguía, COQ).  En el medio estaban Alfonso Bayro, Cucho, Del Solar, Olaechea, Aldo Galván, Negri, Scipión, Ruelas, García, Yerén y otros.

De algunos tengo poquísimos recuerdos: "Frente de Mula" Benavides Póveda, Ciriaco, Arenas y Zúñiga, por ejemplo.  De otros, abundantes, entre ellos Eduardo Moreno Céspedes, Víctor Sánchez Tenorio y Alberto Urriaga Rubio, con quienes fuí al Estadio Nacional muchas veces (triplete dominical) a ver jugar al Muni.  También me acuerdo muy bien del Oso Delgado, Pajares, Anteparra, Valladares y Castañeda.

La memoria es un músculo mas, que hay que ejercitar diariamente para mantener en forma.  A pensar, llenar crucigramas, jugar sudoku y ajedrez se ha dicho.

1 August 2011

Sinfonías de Beethoven

Declaro ser admirador incondicional de Beethoven, al extremo que en mi testamento he pedido toquen el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía cuando me cremen!

Varias de las sinfonías de este genio de la música culta son eternas.  Me gustan la Quinta (se acuerdan de Radio Victoria?), Sexta, Séptima, y Novena, esta última en mi opinión la más grande y hermosa de todas.  Les recomiendo el excelente documental “In search of Beethoven” (En busca de Beethoven), producido hace algunos años.

Le prometo a Mario Pablo, quien es admirador de Vivaldi, una futura nota sobre el compositor italiano de “Las Cuatro Estaciones”.

Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 – Viena, 1827) fue un compositor, director de orquesta y pianista alemán.  Considerado el último gran representante del clasicismo vienés (después de Gluck, Haydn y Mozart), Beethoven trascendió la música del romanticismo, influyendo en una diversidad de obras del siglo 19.

Primera y Segunda
Beethoven tenía treinta años de edad cuando presentó su Primera Sinfonía (Opus 21), fascinando a sus contemporáneos por su frescura y originalidad.  Está dedicada al barón van Swieten, uno de sus primeros protectores en Viena.

En 1803, el músico dio a conocer la Segunda Sinfonía (Opus 36), cuya alegría contrasta con la tristeza que vivía el autor, quien reemplazó el minueto estándar por un scherzo, más rítmico y dinámico.  Los críticos notaron la ausencia del minueto y dijeron que la composición tenía mucho poder, pero era excéntrica.

Tercera y Cuarta
Dos años más tarde, Beethoven rompió los moldes clásicos con su Tercera Sinfonía (Opus 55), llamada Eroica, que dura dos veces más que cualquier otra de la época, la orquesta es más grande, y los sonidos anuncian el romanticismo musical.  Se compone de un primer movimiento (Allegro con brio) de una duración de veinte minutos: hasta esa fecha no se había compuesto uno tan extenso.  El tercero es un scherzo (Allegro vivace) que recrea una escena de caza y destaca el uso de las trompas.   El Finale (Allegro molto) evoca una escena de danza, con gran exigencia de virtuosismo de la orquesta.

La Cuarta Sinfonía (Opus 60), de 1806, recupera la frescura de sus dos primeras composiciones sinfónicas.  El primer movimiento arranca con una solemne y notable introducción.   En el cuarto se muestra una de las características del compositor: el virtuosismo que demanda de los intérpretes.

Quinta y Sexta
En 1808, Beethoven compone la Quinta Sinfonía (Opus 67), que destaca por la construcción basada en el motivo rítmico formado por tres corcheas y una negra, las cuales abren la obra y retornan una y otra vez dandole una extraordinaria unidad.  El segundo movimiento es un hermoso tema con variaciones; el tercer movimiento, scherzo, comienza misteriosamente y prosigue en los instrumentos de viento-metal con un pasaje de pizzicatos de los instrumentos de cuerda encadenados con el cuarto movimiento, allegro.

Simultáneamente, compuso la Sexta Sinfonía, conocida como Pastoral (Opus 68), un tributo a una de sus fuentes de inspiración: la naturaleza.  Es también su única sinfonía en cinco movimientos (todos con subtítulos: Escena junto al arroyo, Animada reunión de campesinos, Himno de los Pastores, etc.), tres de ellos encadenados (sin pausa entre segmentos sinfónicos).  Uno de los pasajes más famosos es el final del segundo movimiento, con la flauta, el oboe y el clarinete imitando los cantos del ruiseñor, la codorniz y el cuco.

Séptima y Octava
La Séptima Sinfonía (Opus 92) aparece en 1813.  El compositor se empecinó en dirigirla en su estreno, con tragicómicos resultados.  Richard Wagner calificó a la Séptima como «la apoteosis de la danza» por su implacable ritmo dancístico y notable lirismo, particularmente en su célebre segundo movimiento, Allegretto, dominado por un ostinato de seis notas.   El esquema del tercer movimiento exige, hecho inédito en una sinfonía, la repetición del trio, mientras que el cuarto constituye el centro de gravedad de la obra.  Toda la Séptima es una obra de gran potencia: hay expertos que la consideran como la mejor de sus sinfonías.

Al año siguiente, 1814, Beethoven concluye la Octava Sinfonía (Opus 93), cuya brevedad (poco más de veinticinco minutos) no eclipsa su meticulosa escritura. La composición fue extremadamente ligera y rápida (cuatro meses).

Novena
En 1824, Beethoven se consagra como anunciador de un nuevo lenguaje con su Novena Sinfonía «Coral» (Opus 125), de orquestación (dos trompas adicionales, triángulo, platillos, coro y solistas vocales) y una duración de setenta minutos.

Los primeros tres movimientos (Allegro, Scherzo y Adagio) llegan al climax en el deslumbrante finale (Presto-Allegro), que inicia con un recitativo instrumental y citas de los movimientos precedentes.   El tema de la alegría, introducido por la cuerda grave, va ganando en intensidad y desemboca en la aparición de la voz humana por primera vez en una sinfonía, con cuatro solistas y un coro mixto que cantan en alemán los versos de Schiller.

Mundialmente famosa, fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco; y el último movimiento fue adoptado en 1972 como himno de la Unión Europea.

Internet y el esfuerzo intelectual

Más información, menos conocimiento (por Mario Vargas Llosa)

Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, internet, los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y tarde por la red; además, se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.

Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil e internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.

Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Gutenberg en el siglo 15 que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas.

El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall McLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. McLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo de internet.

Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.

No es verdad que internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la “inteligencia artificial” que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado “la mejor y más grande biblioteca del mundo”? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?

No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la web, como el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: “Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en internet, los libros son superfluos”. Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para “informarse”. Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros”.

Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer La Guerra y la Paz o el Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?

La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce “la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos”. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.

Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis controvertidas. Carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención que –para qué engañarnos– no será escuchado. Lo que significa, si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor.

http://www.elpais.com/articulo/portada/mundo/distraido/elpepuculbab/20110129elpbabpor_3/Tes