Tener 60 años
Rabino Isaac Moshé Pederevski Meier
Tener 60 años es tener dos veces 30 años; es reconocer la densidad del ayer y lo frágil y precario del mañana; es estar dispuesto a vivir intensamente la década que se abre con la lúcida convicción de que puede ser la última –o por lo menos la última en poder vivirse intensamente–; es no posponer los sueños y hacerlos realidad en la medida de lo posible.
Es alegrarse cuando, al despertar, a uno le duele algo: las hemorroides, los cálculos, la pequeña mitra, porque significa que uno está vivo. Me le enseñaron los viejos caviares COQrubirosa y Cajón, el primero un lascivo poeta lasallino, fujimorista a ultranza de profunda visión en cuanto a los estragos de los años acumulados; el segundo un santón criollo, pro-campesino y comunista, en extraña contradicción nacida en las cantinas de Breña.
Tener 60 años es tener respeto a los espejos porque no mienten y no volverán a mentir más.
Tener 60 años es saber quienes son tus verdaderos amigos y haberse ganado el privilegio de no simular más frente a otros; es saber decir “no” cuando es “no”; conocerse a fondo y poder, por fin, dialogar con el cuerpo, conocer los caprichos de su digestión, los ritmos del corazón, y el aguante ante tanto vodka y maltas escocesas.
Tener 60 años es entender el misterio de la vida y empezar a confrontar la muerte, sin temor ni tristeza porque está ahí asomándose, tímida pero inexorablemente.
Tener 60 años es empezar a despedirse demasiado temprano de buenos amigos. Es tener dos veces 30, o sea mucha juventud acumulada. Hoy, doy la bienvenida a mis recién inaugurados 60 años.